Hermano fuego, hermano bosque

Las actividades humanas, con su voraz patrón de consumo, producción masiva e ineficiente uso de energía, genera desequilibrios en el clima. La temperatura sube y todo se trastoca. Las malas prácticas agrícolas son parte del problema.

Por: Ernesto F Ráez Luna*

El Sol que está ni muy lejos ni muy cerca y la delgada capa de gases que forman nuestra atmósfera, producen un planeta tibio y acogedor. Varios gases del aire, llamados gases de “efecto invernadero” (GEI), absorben energía solar y la devuelven en forma de calor. Ese calor promueve la fiesta de la vida en el planeta. Pero si la concentración atmosférica de GEI aumentara demasiado, el clima de la Tierra se recalentaría fuera de control.

Gaseoso enemigo
El gas de efecto invernadero más célebre es el CO2 (C por carbono y O por oxígeno), ese gas que expulsamos al respirar. Es el producto natural de toda combustión orgánica: la que inflama nuestras mejillas cuando corremos, la que impulsa un motor a gasolina y la que consume árboles y otras criaturas desafortunadas en medio de una quema forestal. El esqueleto químico de todo ser vivo y de sus restos mortales (como el petróleo) está hecho de carbono. Ese carbono orgánico, tarde o temprano, pasa a la atmósfera como CO2. (No solo somos polvo que regresa al polvo, sino aire tibio que regresa al aire: algún día, volvemos a volar). Por supuesto, el propósito de los seres vivos es convertirnos lo más tarde posible en CO2.

Sumideros de carbono
Las plantas verdes utilizan la energía solar para retirar el CO2 del aire y construir materia orgánica con el carbono: raíces, hojas, tallos, flores. Así, el carbono sale de la atmósfera y queda fijado, almacenado, como materia viva, por un tiempo. Una papa es un pequeño almacén de carbono energizado.

Un árbol es un gran almacén. Un bosque es un almacén gigantesco de carbono. Y el Perú es uno de los países con más bosques del mundo.

El hombre, gran destructor
En el mundo entero se derriban y queman bosques, liberando mucho CO2. En el Perú todos los años, entre julio y octubre, el humo de las quemas se alza como largas setas grises sobre sierra y selva. En años de sequía se descontrolan, afectan bosques y achicharran el suelo fértil, lleno de organismos vivos. Mientras los países industrializados emiten CO2 por su quema excesiva de combustibles fósiles, nosotros emitimos CO2 por la quema excesiva de pasturas y chacras.

El rumbo REDD
Un tema central de la próxima reunión global sobre cambio climático en Copenhague son los mecanismos económicos que promuevan la “Reducción de Emisiones Causadas por Deforestación y Degradación de bosques” (REDD). Uno de los muchos problemas para ponerse de acuerdo sobre REDD es que la deforestación es relativamente fácil de medir (hay o no hay bosque); pero muchas veces ocurre al final de un proceso menos visible de degradación y vulneración progresiva, donde se emite mucho CO2. El fuego protagoniza esa degradación, afortunadamente es rápido de detectar y difícil de ocultar. Es predecible y ubicable, pues resulta de los hábitos de la gente: ocurre cerca de las vías de acceso (ríos y carreteras) y se concentra alrededor de centros poblados, sobre frentes agropecuarios y en épocas de poca lluvia.

Alternativas a la mano
Es relativamente barato planificar el monitoreo y control de las quemas agrarias. La Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) con un pequeño fondo de la Fundación Avina, inició el 2008 el “Observatorio del Fuego para Madre de Dios”. Simultáneamente, el gobierno regional instaló una comisión de quemas y empezó a entrenar personal. También, madura una política agroforestal con alternativas a la tumba y quema.

Buen ejemplo
Estos buenos ejemplos regionales deben ser acogidos nacionalmente. Una política nacional coherente de prevención de quemas forestales, impediría el empobrecimiento autoinflingido de los campesinos, prolongaría la fertilidad de los suelos y detendría el avance de la deforestación. Esto tan favorable es, exactamente, lo que el mundo y los millonarios mercados del carbono esperan de nosotros. Los ministerios del Ambiente y de Agricultura tienen la palabra.

El Sol que encendemos
Los seres humanos sentimos atracción por el fuego. Es natural: el Sol que nos da vida es una bola de fuego. Hace milenios el dominio del fuego nos permitió sobrevivir y prevalecer. Simboliza la motivación más humana: la pasión y el avance de la civilización. Es erróneo concebir el fuego como enemigo y resulta poco práctico prohibirlo, pero necesitamos aprender a manejarlo. En la selva y la sierra del Perú, las quemas con fines agrícolas son muy irresponsables. Alguien prende la mecha y se va a jugar una pichanguita. Cuando regresa el bosque, el pastizal y chacra aledaña han sido arrasados. Como el daño es entre pobres, es raro que se reporte. En el 2005, en Acre, Brasil, una intensa sequía resecó los bosques y las quemas descontroladas causaron pérdidas mayores a 100 millones de dólares. Ese mismo año, en la selva peruana, hasta las palmeras de los pantanos se encendieron.

[*] Director de Ciencia y Desarrollo, Centro para la Sostenibilidad Ambiental. Universidad Cayetano Heredia.

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